Sergio Ramos ya forma parte de la historia del Real Madrid: un defensa peculiar, que al principio alternaba el lateral derecho con el centro de la defensa. “Los que saben de esto afirman que terminará siendo un gran central”, se decía en sus primeros años. Esta peculiaridad le valió las comparaciones con el eterno Paolo Maldini, que también empezó como lateral para después pasar al centro, aunque en su caso será siempre recordado, principalmente, como jugador de banda. No tenía mucha relación con el gol el zaguero italiano, a diferencia de Ramos: nadie en Chamartín olvidará sus remates de cabeza, esos que valieron el empate ante el Atlético en la final de Liga de Campeones de 2014, o ante el Sevilla en la Supercopa de Europa de hace unas semanas. Goles agónicos, tirando de épica cuando la derrota asomaba por la ventana antes de que el defensa de Camas cerrase la persiana de un testarazo. Esa buena cabeza en área contraria que a veces le falta en área propia, la falta de temple y concentración que de vez en cuando desemboca en despiste, y el despiste en gol en contra.

Ante el Villarreal, tras un fallo en cadena de la zaga madridista, Sergio Ramos volvió a levantar los brazos más de lo debido, de forma innecesaria, como hace unos días ante el Espanyol, sólo que en aquella ocasión el árbitro no se dio cuenta. Esta vez sí, y costó un penalti que Bruno marcó a lo Panenka segundos antes del descanso. Volvió Sergio Ramos tras el intermedio con la conjura por bandera: “hay que deshacer el entuerto”, pensaría de camino al césped. De nuevo asomó por las dependencias ajenas, esas que pisa con la soltura de quien conoce el terreno: James sacó un córner al segundo palo a sabiendas de que por ahí se acercaba el capitán, quien saltó más que Mario y Musacchio. Ya sólo era cuestión de hacer lo que ya había hecho otras veces: mandar el balón a la red, y el empate era una realidad. Ramos dejó las cosas como estaban y pasó el testigo a sus compañeros: “del resto os encargáis vosotros”. Lo intentaron, pero no hubo manera.

Esta vez no sirvió la épica

Sin Modric llevando la manija ni Casemiro ejerciendo de guardaespaldas, el Madrid sacó un centro del campo atípico con Kovacic, James y Kroos. Sin la clarividencia del croata, el Madrid no vio espacios entre los bien plantados jugadores del Villarreal: los de Escribá se resignaron a perder la pelota pero no a desproteger su área. Con un centro del campo con Trigueros, Bruno y Jonathan Dos Santos cerca de la defensa, el Submarino cerró filas y al Madrid no le quedó otra que rodear el perímetro sin encontrar resquicio para la avanzadilla. Con la BBC prácticamente desapercibida, así discurrieron los primeros 45 minutos sin apenas sustos para los guardametas, hasta que llegó el penalti de Ramos.

En la segunda parte tocaba reaccionar, y las cosas empezaron bien con el gol del defensa sevillano. No se conformaron los de Zidane, que buscaron el segundo. El técnico francés dio entrada a Lucas Vázquez y Morata, que están para más de media hora, y el equipo blanco asedió la portería del Villarreal encontrándose con un lúcido Sergio Asenjo, que atrapó todo cuanto pasó por su lado. Se sucedieron las oportunidades: un cabezazo de Morata, un disparo de Cristiano… pero ningún remate fue lo suficientemente apurado como para sortear al portero del Villarreal.

Esta vez no hubo milagro de última hora: quizá no sea una buena costumbre y sí un recurso puntual. El empate corta la racha triunfal y deja el récord igualado con el del Barcelona de Guardiola a la espera de, quizá, un futuro desempate. El 1-1 final deja al Villarreal bien parado, recuperando la sensación de ser uno de los punteros de la Liga tras la tormenta de la destitución de Marcelino, mientras el Madrid pierde la oportunidad de aumentar su ventaja tras el empate de sus rivales, pero mantiene las distancias.

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Gabriel Caballero

Periodista
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