Dos ejemplos de falta de ambición

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La falta de ambición es un defecto difícil de entender, sobre todo cuando se trata de un deportista. Mucho más si el deportista en cuestión es un futbolista que ya ha ganado dinero suficiente para que su prole tenga la vida resuelta para unas cuantas generaciones. Tales son los casos, entre otros, de Kaká y Radamel Falcao.

Ricardo Izecson dos Santos Leite, conocido por todos como Kaká, ganó el Balón de Oro en 2007. Desde entonces su carrera ha ido cayendo en picado hasta convertirse en poco más que un muñeco roto, un futbolista por el que ya nadie suspira. Desde que arribó a Madrid en 2009, apenas ha jugado 106 partidos con la camiseta blanca, lo que supone una media de 26 encuentros por temporada. Una cifra que, para más inri, está repleta de participaciones como suplente o siendo titular en partidos de pequeño calado.

Tras finalizar la primera temporada de Mourinho en el Real Madrid, en la que Kaká no jugó ni un solo minuto en la final de Copa, único título ganado por los blancos, al trescuartista brasileiro le abrieron la puerta para abandonar el club. No lo hizo, ni en ese verano ni en el siguiente, a pesar de que su peso en el equipo siguió estando muy por debajo de la calidad que atesora y de la ficha que cobra. ¿Por qué no salió Kaká del Madrid? Pues porque no quiso aceptar ninguna oferta.

Kaká se encontró con dos tipos de ofertas. La de algunos grandes clubes europeos que le solicitaban que bajase sus pretensiones económicas para así poder hacer frente al traspaso que pedía el Madrid y la de otros clubes menos grandes que sí podían contentar a Florentino y mantenerle el sueldo al futbolista. Pero el brasileiro no aceptó ninguna y prefirió seguir siendo un suplente de lujo en el Bernabéu que bajarse el salario para irse a otro grande en el que pudiera jugar y optar a títulos.

Otro caso que a mí me resulta especialmente decepcionante es el de Radamel Falcao. El colombiano está muy cerca de firmar por el AS Monaco, un club que acaba de subir a la Primera División francesa y, por lo tanto, no jugará competición europea la próxima campaña. Está claro que quedarse en el Atlético de Madrid no era una opción, pues el club colchonero no podría afrontar la subida de sueldo que el rendimiento del delantero cafetero exigía.

Falcao tenía varias opciones para recalar en un club europeo importante, aspirante al título liguero y con nivel para hacer un buen papel en Champions League. Sin embargo, de la mano de Jorge Mendes, Falcao ha preferido marcharse al Monaco, priorizando el dinero sobre el reto deportivo. Puede que, como se dice en algunos mentideros, la intención de Mendes y Falcao (el orden es importante) sea la de utilizar a los monegascos como un equipo-puente. Aún en tal caso, Falcao estará malgastando un año de su carrera por un dinero que, a estas alturas, necesitar, lo que se dice necesitar, no lo necesita.

Si hablásemos de dos futbolistas que ya superan con creces los treinta años (Kaká tiene 31, pero nos referimos a campañas anteriores), podría entenderse. Cuando uno ya ha ganado todos los títulos que podía ganar y su forma física está en un claro declive, es perfectamente comprensible que se busque ese último contrato en el que importe más lo económico que lo deportivo. Como hizo Raúl, por ejemplo: dejó el Madrid para irse a Alemania para seguir compitiendo en la élite y, dos años después, se marchó a Qatar a terminar su carrera.

No es el caso de Kaká ni de Falcao. Resulta cuando menos curioso que dos deportistas que tanto presumen de su religiosidad se muevan en la vida al ritmo del dinero. Tanto en el brasileiro como en el colombiano se cumple aquello de Dime de qué presumes y te diré de qué careces.

   

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Bruno Sanxurxo