Remontadón

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Dicen que a sonreír se aprende habiendo llorado mucho. Cansado de lo segundo, sobre todo durante un mes de febrero excesivamente largo para lo que se le supone, el Barcelona quiso agradecer a los suyos los malos momentos prestados con una remontada preciosa, con su versión pluscuamperfecta, aquella a la que se empezaba a desacostumbrar la parroquia culé. Un día para llorar mejor, de emoción; por el exceso de sonrisa, de euforia, del me froto los ojos y por si las moscas, me pellizco. Sencillamente, una noche antológica con el pase a cuartos de final de la Champions como coartada.

La principal premisa de los que saben de esto rezaba que para que las cosas salieran meridianamente bien había que marcar el primero de los tres goles que necesitaba el equipo de Tito Vilanova durante el primer cuarto de hora. Un tanto psicológico, dicen, que serviría para desplegar la alfombra roja que anoche, en plan estrella de Hollywood, transitó el actual líder de la Liga. En ese tiempo a Messi le dio tiempo de ser quién es firmando el 1-0 con un zurdazo a la escuadra y a sus compañeros, contagiarse de lo mismo con un vendaval de ocasiones e intensidad que dejaba bien claras sus intenciones a la par que rubricaba con un balón al palo de Iniesta y un posible penalti que el árbitro no señaló, el citado huracán. Con las cacareadas buenas sensaciones en el bolsillo y el rival anestesiado, el Camp Nou llevó en volandas a sus héroes con un incansable ejercicio de apego que no hizo otra cosa que sembrar más pánico en la ventaja italiana.

Como decía, del primero de un mínimo de tres tantos sabíamos que tenía que llegar antes del minuto quince. Sin embargo, del segundo, el que igualaba la eliminatoria, nadie había comentado nada. Seguramente los que saben se hubiesen decantado por elegir los minutos previos al descanso como el momento ideal para echar el resto. Para minar la alicaída moral del Milan que, no obstante, cada vez que se acercaba al área lo hacía con cierta intención. La arriesgada apuesta de Tito que Jordi Roura ejecutó, la de situar a tres defensas (Piqué, Mascherano —por Puyol— y Jordi Alba), cuatro centrocampistas y tres delanteros (con Villa de la partida en detrimento de Alexis y/o Cesc), situando a Dani Alves con la misión de ensanchar el campo por la banda derecha haciendo las veces de extremo, tuvo, como todo riesgo que se precie, sus peligros positivos y sus peligros negativos. Los primeros, una doble línea atacante donde las posibilidades se multiplicaban y en la que cualquier futbolista era capaz de generar ocasiones. Los segundos obligaban al equipo a presionar arriba desde el mismo instante en que el Milan tocara el balón, provocando que cualquier milímetro mal calculado originara un contragolpe visitante. Y aunque en esa faceta el Barça se vació, cualquier acercamiento al área de Víctor Valdés, por mínimo que fuera, levantaba una expectación inusitada en la grada. En este sentido, el silencio se apoderó del Estadi en la que sin duda fue la mejor oportunidad lombarda en todo el partido: Niang se plantó soltero y sin compromiso ante el guardarredes local, que superado ante el disparo del descarado adolescente francés, vio como la madera se aliaba con su desesperación para evitar la que en el electrónico hubiese sido la igualada y en la eliminatoria, tal vez, la puntilla.

Desconoce, el arriba firmante, si ese gol hubiese tumbado el ánimo del Barcelona, omnipotente hasta entonces, pero de lo que no cabe duda es que hubiera dolido en el alma. Como fuere, y prácticamente a renglón seguido, tras desacertar en el primer intento de jugada, Iniesta regaló un pase a Messi en la frontal, donde como pez en el agua se revolvió hasta conectar un disparo seco e imprevisible que sorprendió a Abbiati, indefenso y lento en iguales proporciones, para desatar la euforia en un escenario que echaba de menos sesiones de fútbol, intriga y alegría como la vivida el inolvidable 12 de marzo. La generación del tiki-taka, la de una idiosincrasia propia y casi patentada, había logrado igualar la eliminatoria en menos de 45 minutos. A la remontada, no obstante, le faltaba la guinda.

En la reanudación se produjo la culminación de la obra de arte. Con dos tercios del lienzo pintado de azulgrana, el pincel de los Messi, Iniesta, Xavi y compañía prosiguió con la inspiración y, dispuestos a no decepcionar a nadie, rubricaron el cuadro con esa dosis de deleite tan fácil de contemplar como difícil de copiar. Allegri ordenó a los suyos salir a morder. Difícil cuando enfrente se encuentra el bozal barcelonista en pleno rendimiento. Sacudiéndose el arreón milanista —un sinfín de dudosas intenciones—, Villa, en la mejor noche para reivindicarse si es que un futbolista de su talla debe hacerlo, recibió el esférico procedente de Xavi para controlar con la diestra y golpear con la siniestra en toda la yugular rossonera. El Camp Nou se puso en pie, el Guaje se arrodilló y al Milan solo le faltó sentarse a observar tan sublime escena. En cambio, lo que buscó su técnico fue encontrar un gol que se le negó. Sin Pazzini, lesionado, con Balotelli en Italia probablemente con gesto opuesto al que no quiso disimular en la ida y Niang titular, sus alternativas en el banquillo no invitaban al optimismo: un Robinho que ha renunciado a sus promesas, un Bojan sin protagonismo y Muntari fueron las piezas con las que pretendía emborronar la eliminatoria a su favor. El primero se fue de Piqué y el segundo no lo hizo de Alba. La ficción no superó la realidad y sumergida en ella, el cuarto de la noche, el del remontadón, lo suscribió el propio Jordi Alba tras un excelso pase de Alexis, que junto a Puyol y Adriano se habían unido con anterioridad a la gesta. 4-0. Una noche para sonreír después de haber llorado tanto. Una lección más. Aprendida y apuntada. Una noche para renacer por si alguien, quizá un loco, había dado por muerto a este Barça.

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Fernando Castellanos

Periodismo deportivo. En NdF desde 2006. Hacer todo lo que puedas es lo mínimo que puedes hacer. [ Twitter]