El miedo

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Filósofos, religiosos, caudillos militares… toda clase de prohombres han reflexionado a lo largo de la Historia sobre el miedo. Tito Livio, Confucio, Séneca, Fray Antonio de Guevara, Napoleón… Mi aforismo preferido es uno de Terencio (poeta latino de origen norteafricano del siglo II aC): Fortes fortuna adiuvat (“La Fortuna favorece al valiente”). Esa fue la premisa que defendí con ahínco y vehemencia durante la semana previa a la última jornada liguera. Hay que ser valientes. Confiar en nosotros mismos. Salir a por todas, sin miedo, sin mirar atrás.

Quizá hasta llegué a engañarme a mí mismo, no lo sé, pero hubo dos personas, las que mejor me conocen, que lo tenían claro. Sabían que yo, en realidad, por mucho que tratase de aparentar y transmitir lo contrario, supuraba miedo. En las bromas de mi padre y en los ojos de mi novia estaba mi propio reflejo, pero no lo quise ver hasta que ya era demasiado tarde. Sí, tenía miedo. Demasiado miedo.

Así llegué a Riazor el sábado pasado, más de media hora antes del comienzo del partido: cagao. Como yo, miles y miles de deportivistas. Una gran mayoría. No lo digo porque desee compartir mi carga, por aquello del Consuelo de muchos… Creo sinceramente que Riazor se llenó de miedo porque muchos de los deportivistas estuvimos días, semanas, intentando ocultarlo a los ojos de los demás. Y fue peor el remedio que la enfermedad, porque nos llevamos todos esos temores, dudas e inseguridades al estadio y una vez allí no pudimos evitar que se nos desparramaran.

Mi miedo ensució a los que estaban a mi alrededor y ellos me mancharon con el suyo. Estaba en nuestros ojos, en nuestros gestos, en nuestras palabras. En las fanfarronadas y en las bromas. Estaba también en el reloj, tan lento antes del pitido inicial, tan indiscriminadamente veloz tras el gol de Griezmann. El mismo miedo estaba en Aythami, en Juan Domínguez, en Riki y sí, mal que nos pese, también estaba en Don Juan Carlos Valerón. Demasiado miedo para que la Fortuna te acabe sonriendo.

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Bruno Sanxurxo